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domingo, 11 de septiembre de 2011

ENIGMA DEL BAUTISMO DEL FUEGO


PERÚ: EL “BAUTISMO DE FUEGO”



Recuerdo la pampa de Nazca, al sur del Perú, con especial cariño y agradecimiento. Allí, por el año 1974, tuve oportunidad de verificar por mi mismo lo que otros, mucho antes que yo, habían calificado de “colosal jeroglífico”. Las famosas “líneas de Nazca” junto a los ovnis y la no menos enigmática “biblioteca de piedra” de Ica, también en Perú constituyeron mi “bautismo de fuego” en lo que a investigación de lo insólito se refiere. ¿Cómo no estar reconocido a ese hospitalario y fascinante país andino? Allí se abrieron mis ojos a las “otras realidades”. Allí, en suma, osciló la brújula de mi vida, marcando un nuevo “norte”, insospechado hasta esos momentos.
Desde entonces he procurado retornar al Perú con regularidad. Y en cada una de mis visitas casi como un obligado ritual” he vuelto a caminar por la ocre y sedienta pampa nazqueña, formulándome los mismos y arcanos interrogantes:
¿Quién trabajó este gigantesco enigma? ¿Cómo fue ejecutado? ¿Por qué?”
Lo he insinuado ya. El presente trabajo no pretende exhaustivamente cada uno de estos misterios. La bibliografía en torno a muchos de ellos es tan magnífica generosa. Mi intención también lo he mencionado es “sobrevolarlos”, contribuyendo así y en la medida de mis posibilidades a ensanchar el “horizonte interior”.
Y es mi obligación adelantar que en estos momentos (enero de 1991) el enigma de Nazca lejos de clarear, continúa sumido en un borrascoso océano de hipótesis y contra hipótesis. Y ninguna de ellas como acontece con los grandes misterios es mejor ni peor que las restantes. Todas aportan un rayo de luz, pero ninguna reúne la fuerza suficiente para “iluminar” el valle del Ingenio en su totalidad y despejar el secreto de esos cincuenta kilómetros plagados de gigantescas figuras de animales, supuestas “pistas” de aterrizaje y enrevesadas líneas, espirales, triángulos, cuadriláteros y trapezoides.
Creo que la palabra más ajustada es “impotencia”. Cuando uno camina por este desolado desierto peruano con un índice pluviométrico de un centímetro cúbico al año es imposible percatarse de la magnificencia de lo que ha sido trazado entre el polvo y los guijarros rojizos. Es menester elevarse en un helicóptero o en un avión para “descubrir” la auténtica naturaleza y las dimensiones de este “tablero diabólico”. De hecho, fueron los pilotos peruanos en los años veinte quienes, al sobrevolar la región, dieron la voz de alerta sobre tan insólito “paisaje”. Después, a partir de 1926, los estudiosos han ido desfilando por la pampa, levantando planos, midiendo y examinando las figuras y elaborando toda suerte de posibles “explicaciones”. Sin embargo, las noticias sobre la existencia de estas docenas de dibujos se remontan a la conquista española. De ese tiempo, justamente, procede la que podría estimarse como la primera “hipótesis de trabajo” que procuró la solución del enigma. Fue un magistrado español, Luis de Monzón, quien incluyó en sus crónicas a finales del siglo XVI la versión unánimemente aceptada por los ancianos indios de la pampa que “reconocían a los viracochas como la causa y motivo que había propiciado la ejecución de las líneas y figuras”. ¿Y quiénes eran los
viracochas? Al parecer, un grupo étnico minoritario, descendiente del mítico “hombre-dios Viracocha, llegado de los cielos” y que tuvo a bien “instruir” a una parte de los pueblos andinos. Entre otros, a los nazqueños. Según esta tradición, las plantas, animales, hombres y figuras geométricas dibujados en la pampa habrían sido una “forma de contacto” con esos “dioses” capaces de volar. Algo así como un “homenaje y culto” destinados a “alguien” que tenía el don o la capacidad de “ver desde lo alto”. Y aunque estoy convencido que todas las leyendas y mitologías encierran una parte de verdad, esta ancestral creencia no termina de aclarar el “cómo”. Me consta que la presencia de seres no humanos sobre la Tierra es antiquísima. Y entra incluso dentro de lo verosímil que un remoto asentamiento hubiera tenido conocimiento y constancia de esas visitas, reflejándolas a su manera sobre el desierto. El problema, sin embargo, como digo, no queda resuelto con esta bella y romántica hipótesis. ¿ Cómo se logró semejante perfección en los alineamientos y en los dibujos? Ni que decir tiene que no creo en la tesis de los “extraterrestres” como autores materiales de la maravilla de Nazca. Una cosa es que pudieran “provocar” o “inducir” y otra muy distinta que “ejecutaran” el trabajo. Como tampoco acepto la concepción del valle del Ingenio como un grandioso “aeropuerto” interestelar. Después de casi veinte años de investigación sobre ovnis me parece sencillamente ridículo que esas naves prodigiosas necesiten de “pistas” para aterrizar o despegar.



Sí ha habido alguien que ha tratado de demostrar que esas formidables figuras fueron trazadas por los viejos pobladores de Nazca, con el auxilio de cuerdas y estacas. Me refiero, naturalmente, a María Reiche, la “bruja de la pampa”. En estos últimos veintisiete años he tenido la fortuna de conversar con ella en diferentes oportunidades, llegando a volar en su compañía sobre el gran jeroglífico. El trabajo de esta matemática alemana, que consagró cuarenta años de su vida al estudio, limpieza y conservación de las líneas, es sencillamente faraónico. Yo la he visto barrer literalmente el desierto, despejando de piedras los surcos que forman las figuras. En honor a la verdad, la investigación de la pampa de Nazca se dividirá algún día en “antes y después de María Reiche”. Para esta voluntariosa germana, el valle del Ingenio podría ser el “más grande libro de astronomía del mundo”. Una idea que recogió de su predecesor en el estudio de las figuras: el profesor Paul Kosok, de la Universidad de Long Island, quien en 1926 “tropezó” con el “tablero maldito” cuando investigaba los antiguos sistemas de irrigación. Para Reiche, las líneas y figuras constituyen un método de predicción astronómica: solsticios, posición y cambios de las estrellas, etc. Y todo ello según la “bruja” con una intencionalidad puramente agrícola meteorológica astronómica.
Sin embargo, la admirable labor de Maria Reiche no termina de convencer. Y así lo expuse en muchas de mis conversaciones con la tenaz alemana. Ciertamente, algunas de las figuras podrían haber sido plasmadas con el concurso de estacas y cordeles. Pero ¿cómo explicar la simetría existente entre dibujos que se hallan a más de dieciocho kilómetros? Los expertos en topografía saben de las enormes dificultades que presenta una obra de esta naturaleza. Por otra parte, ¿dónde están los instrumentos y las herramientas necesarios para la confección de un “libro de astronomía” de semejantes características? Y un último y no menos espinoso reparo a las tesis de Reiche:
dada la extrema sequedad del lugar donde “llueve” una media hora cada dos años, ¿ qué sentido tiene desplegar semejante esfuerzo para escrutar la meteorología o los astros?



Para el astrónomo peruano Luis Mazzotti siguiendo la línea de Kosok y Reich, Nazca nos ofrece todo un “mapa estelar”, con la configuración de las constelaciones, tal y como fueron observadas desde aquellas latitudes australes hace unos mil quinientos años. Según esta teoría, figuras como las del colibrí, la araña, el mono, la ballena, etc., no serían otra cosa que representaciones idealizadas de dichas constelaciones. Pero ¿y qué decir de las “pistas”, líneas y demás formas geométricas?
Lamentablemente, tampoco la hipótesis de Mazzotti viene a resolver el gran problema de fondo: ¿cómo fueron trazadas?
Y otro tanto sucede con las recentísimas teorías aportadas por los astrónomos y antropólogos norteamericanos Anthony Aveni, Gary Urton y Persis Clarkson. “Las líneas rectas más largas afirman estos científicos servían quizá para conectar lugares ságrados, marcando los caminos rituales que debían seguirse en las fiestas y ceremonias.”
Si fuera así, ¿dónde están los restos de estos templos o lugares sagrados?
Y el enigma sigue en pie, desafiante. Y hasta el momento, investigadores y estudiosos sólo parecen coincidir en una circunstancia indiscutible que, quizá, guarda la clave del secreto: las figuras de Nazca sólo visibles en su totalidad desde el aire pudieron ser ejecutadas “para alguien que volaba...”.




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